Enrique Coy Pop fue víctima del incendio del centro de detención migratoria ubicado en la frontera entre Estados Unidos y México en Ciudad Juárez, Chihuahua. Había sido detenido unas horas antes, en la mañana del 27 de marzo de 2023.
La historia de Enrique se hubiese perdido en el éxodo de millones de indígenas mayas procedentes de Guatemala, pero le detuvieron su sueño en Ciudad Juárez, Chihuahua, y durante el incendio en la estación migratoria el humo inundó su pulmón y ha quedado con un daño neurológico que le impide recordar.
Enrique Coy Pop nació en San Cristóbal Verapaz en el departamento de Alta Verapaz, Guatemala, su familia pertenece a la etnia de origen maya poqomchi. Es el segundo de seis hermanos, trabajaba en el campo para apoyar la economía de la familia. A los 12 años decidió salir a buscar una mejor vida en la ciudad de Guatemala.
Enrique trabajaba como vigilante en una empresa de seguridad. Manejaba su moto e iba sin parar por todos lados. No se sabe cómo se le metió la idea de pedir un préstamo para buscar a su hermano Oscar, quien vivía en Nueva Jersey, Estados Unidos.
Enrique poco sabe de los crímenes más atroces que se cometieron en Guatemala hace cuatro décadas, poco sabe de la firma de unos Acuerdos de Paz que pusieron fin a la guerra civil, cuando Enrique aún no nacía, la realidad es que mientras Enrique crecía en el campo la maldad volvió a apoderarse de su país. Aquellos que despojaron a los indígenas volvieron.
La noticia de que en Guatemala nace una esperanza y sueño que se manifestó en las urnas no llegó a tiempo. El sueño de Enrique y de su familia era tener una casa y dejar atrás la pobreza del campo. Las promesas de los Acuerdos de Paz no se cumplieron. Durante la infancia de sus padres el pueblo maya sufrió el genocidio más grande durante el conflicto armado interno que costaron miles de víctimas mortales y desaparecidos, y más de un millón de personas desplazadas.
Los crímenes más atroces de entonces dejaron una secuela en la memoria del pueblo maya que aprendió que para sobrevivir hay que abandonar la tierra.
Hoy Enrique al igual que su país perdió la memoria y quiere borrar de su mente el dolor del recuerdo. A Guatemala le han abandonado sus indígenas, sus jueces, sus periodistas, sus políticos, todo aquel que luche por una vida digna fue obligado a huir.
Enrique ganaba 1,200 quetzales (155 dólares al mes), con eso Enrique, su esposa Heidi y sus dos hijos no podían pagar una casa y lo básico para sobrevivir. Decidió irse el 11 de marzo con un grupo que acompaña un pollero a quien pagaron con un préstamo de 115 mil quetzales (15 mil dólares).
Viajaron en camioneta desde Guatemala hasta Tapachula, Chiapas, donde cruzó a México y de ahí a Veracruz. Iban saltando retenes del Instituto Nacional de Migración pagando sobornos. Enrique le llamaba cada tramo que libraban durante la travesía a su esposa, Heidi. Enrique no lo recuerda. Llegó a la Ciudad de México, donde el grupo abordó un autobús a Chihuahua. La esperanza era llegar a la frontera de Estados Unidos desde Ciudad Juárez.
Lo que recuerda Enrique es que viajó 23 días. El lunes 27 de marzo a las 8:30 de la mañana Heidi recibió la llamada de Enrique: ¨Amor, voy llegando a Ciudad Juárez¨. Poco después lo detuvieron. A partir de aquí la vida antes y después de Enrique es una neblina de polvo de esas que el desierto del Valle de Juárez levanta. Enrique quedó atrapado en el polvo donde no puedes abrir los ojos ya que el viento te ciega, por más que Enrique lucha el viento no cesa y se lleva con el tiempo todas las imágenes de su vida.
Los agentes migratorios le permitieron comunicarse con Heidi desde su celular: “Te tengo una mala noticia, me retuvieron”, dijo. “Me van a quitar todo”. Heidi, al otro lado del teléfono, sólo pensó que lo deportarían “¿Qué vamos a hacer con la deuda? ¿ Cómo vamos a pagar?.
Esa noche del 27 de marzo la estación migratoria donde Enrique permaneció 12 horas se incendió. Enrique solo recuerda: “El que estaba ahí en las rejas esperando que prendieran el fuego no hizo nada. No abrió la puerta. Hasta esperó que se prendiera el fuego”.
Enrique trabajaba como seguridad en Guatemala quizá por ellos su recuerdo de la noche del incendio es describir la imagen de la personal de seguridad en la estación migratoria que no les dejó salir, y repite una y otra vez que esa persona no hizo nada al ver cómo inició el fuego y no actuó para evacuarlos a tiempo.
Heidi recibió la noticia del incendio por redes sociales, un señor le llamó y dijo Enrique está en la lista de las personas que perdieron la vida en la estación migratoria de Juárez, en México. Ella recuerda que había hablado con él por la mañana y ahora estaba muerto.
Heidi durante esa primavera perdió a su abuelito y ahora recibía la noticia de que su esposo había fallecido. Enrique Coy Pop aparece en la primera lista del periódico del 28 de marzo con el número 10. Al otro día su estatus cambió a “Estado Crítico”. Entonces Heidi recibe una llamada para darle la noticia de que sobrevivió.
Heidi tiene que viajar sin sus hijos, dejarlos, a la más pequeña que aún amamanta la deja con su madre el dolor de destetar abruptamente se lo guarda ella y su hija, ahora es momento de pensar en Enrique.
Heidi describe la primera imagen de su esposo en el cuarto de hospital con llanto: “Lo vi ahí en la cama con tubos por todos lados sin conciencia, sin hablarme, casi muerto y me derrumbó. Al pasar los días Enrique no despertaba, las enfermeras y doctores le decían “háblale, sí te escucha”. Enrique permaneció un mes hospitalizado en el Instituto Mexicano de Enfermedades Respiratorias, 21 días intubado.
Ahora a ambos les queda el camino de la impunidad, al salir del hospital inició una cadena de maltrato de los funcionarios de la CEAV, los funcionarios les recriminaron que no se quejaran, ya que les dieron alimento y un hotel que pagaba el Instituto Nacional de Migración (INM) y con los maltratos vinieron también muchas promesas sobre el derecho a recibir una indemnización por lo ocurrido.
Los médicos le explicaron a Heidi sobre las secuelas del humo en el pulmón y en la memoria de Enrique, a quien se le olvidan las cosas. Heidi poco comprende del daño neurológico que le causó el incendio, solo entiende que Enrique olvida todo, lo sobrelleva a diario. Enrique no sabe prender la estufa, no puede prender el microondas, es como un niño. “Al salir del hospital no caminaba, yo le tuve que enseñar a caminar como a mis hijos, paso a paso”. Ahora Heidi tiene a su cargo tres personas que dependen de ella y la idea le aterra. Pero la remonta con cariño.
Heidi repite desde Ohio, donde ahora se encuentra la familia después de cruzaron al territorio estadounidense con un permiso humanitario, que fue gestionado por el Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI) con apoyo de las organizaciones Derechos Humanos Integrales en Acción (DHIA) y Fundación para la Justicia.
La imagen de Enrique y sus recuerdos se pierden en la neblina de arena que desdibuja el desierto del Valle de Juárez. Y su esposa Heidi repite sus palabras mis ojos están resecos de tanto llanto y la frase de Enrique «Amor ya voy a llegar a Ciudad Juárez» .
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